DB Multiverse

DBM Universo 16: La unión de dos vidas

Escrito por Syl & Salagir

Adaptado por Alice

Cuando Vegetto entró en el cuerpo de Buu, tomó una decisión: mantener su escudo (U16) o liberarlo (U18). Esta es la historia de lo que sucedió después... A pesar de que Vegetto ha salvado el universo, Goku y Vegeta, quienes lo crearon, definitivamente han desaparecido...

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Parte 1 :12345678
Parte 2 :91011121314
Parte 3 :15161718192021222324
[Chapter Cover]
Parte 3, Capítulo 19.

Capítulo 5:
Vegetto contra la mafia universal

Parte 2

Traducido por Alice

Las noticias eran malas para el Don. Los hombres que había enviado literalmente habían sido masacrados por los niños y otros miembros de la familia del dios Vegetto... ¿No era algo obvio?

Pero peor aún, habían sido interrogados y dado muchos detalles, a pesar de las técnicas establecidas por la mafia desde hacía siglos para impedirles hablar... Pero Don debería haber sabido que eran ridículas frente a la fuerza de persuasión de Vegetto. Tarde o temprano este último vendría a desquitarse con su líder, y no tendría ningún sitio en el que ocultarse. Era obvio, por lo que permaneció en su casa de campo. No era la más secreta, pero era la más cómoda y la que mejor conocía.

Desde el día en el que se enteró, Don hizo venir a sus secuaces más competentes, y la casa estuvo llena de asesinos fuertemente armados, algunos de ellos guerreros capaces de destruir a continentes enteros con un movimiento de la mano. Lanzó una mirada de miedo a su esposa y su hija.

La fusión de los últimos de los sanguinarios Saiyanos no dudaría un instante en matarlas, lentamente, ante sus ojos...

Por otro lado, aquella casa era ahora el lugar más seguro que tenía. Así que mantuvo a su familia cerca de él.

Esa primera noche, cuando se acostó, estaba tan estresado que no pudo dormirse antes de unas horas de la mañana. Una veintena de soldados, que tenían toda su confianza, permanecieron de pie en la habitación y alrededor de la cama. Ningún ruido o movimiento sospechoso fue informado.

Al día siguiente, el Don fue despertado por el sol en su cara. Penetrando a través de las ventanas súper blindadas, los rayos le acariciaban y abrió los ojos, sorprendido de que fuese el sol y no un despertador o una persona quien le sacase de su sueño. Le resultó extraño que allí adonde apuntase su mirada, no había nadie. Se dio media vuelta y donde debería haber estado su esposa en la cama... Había...

No, no una cabeza de caballo. ¡Simplemente nada! No su esposa, y nadie en la habitación.

Se levantó muy preocupado, y se puso los zapatos antes de salir de su habitación, dejando la puerta automática deslizarse lo más lentamente posible, sin hacer ruido.

Nadie en el pasillo. Ninguno de los muchos hombres y robots que había dispuesto de guardia. Aquí y allá, seguían de vez en cuando un arma, de fuego o blanca, pero ninguna persona, y ningún rastro de lucha o pelea. De repente, Don su puso a correr por el pasillo, aterrorizado por un pensamiento. Se arrojó sobre la puerta del dormitorio de su hija. La cerradura reconoció su huella de ADN y la puerta se deslizó. Entró, pero, ¡de nuevo, el vacío! ni su hija, ni los guerreros más aguerridos que tenía bajo su mando, encerrados con ella. Y de nuevo, ningún rastro de combate. Todo estaba bañado por la paz más perfecta, como un cuarto abandonado.

Se acercó a la puerta e hizo clic en un botón que hizo salir al módulo de seguridad. Le preguntó al pequeño ordenador:

“Los registros de entradas y salidas.”

“Hace 28 segundos, entrada de Don. Hace 7 horas y 23 minutos, salida de Don. Hace 7 horas y 32 minutos, entrada de Shoto Etna. Hace...”

Don paró los registros, y se fue. Desde el día anterior, nadie había salido ni entrado después de él. El que se había ocupado de aquella habitación no había pasado por la puerta.

Sudoroso, volvió al pasillo, después de mirar a izquierda y derecha. Ningún ruido. Corrió hacia la escalera que daba al inmenso salón en tres plantas. Aquella habitación no había estado nunca tan vacía. Ni guardias ni invitados, ni siquiera la metralleta de iones automática que había hecho instalar. La enorme máquina dejaba lugar a unos pernos desmontados y la base, como si se la hubiera llevado un mozo de mudanzas eficiente. Se dejó llevar por los escalones deslizantes de su escalera, y mientras bajaba a la velocidad mínima, miró por todos lados, sin ver ningún rastro de vida en ningún lugar.

Al llegar abajo, miró en una habitación que debería haber estado llena de guardias. No vio más que unos naipes colocados allí, abandonados, como si todos hubieran salido a tomar un café al mismo tiempo. Pero el café estaba en la esquina de la habitación, seguía caliente y unas cuantas tazas colgaban aquí y allá. Éstas... Aún estaban templadas. La desaparición completa de todos sus hombres y su familia... ¡Había sucedido hace tal vez una hora!

Sin dejar de sudar, con la piel cada vez más fría, Don se agarró el estómago. Como un deseo de vomitar, pero tenía el estómago vacío. Miró los numerosos pasillos y habitaciones separados por materiales transparentes que podían ser admirados desde la entrada. En aquel momento, sólo se podía ver el vacío y la ausencia de vida.

Olvidando toda prudencia, Don se abalanzó sobre las puertas principales, que se abrieron con tanta facilidad como las de un armario. Se precipitó fuera.

En el jardín, hasta perderse la vista, su bosque privado y la terraza y el aparcamiento que podía ver desde la cima de la colina. Los árboles estaban allí, los coches y las naves estaban allí. Nada había cambiado, excepto que nadie las estaba vigilando.

Y el ambiente era incluso más triste e inquietante de lo normal. Pero no porque no había nadie. Peor. Don comprendió entonces: El silencio continuaba. El viento no soplaba. Los pájaros no cantaban. Los pegasos en su establo no hacían el menor ruido. Ninguna rapaz revoloteaba por el cielo como de costumbre. Don fue presa de temblores y se lanzó sobre un automóvil que abrió, y sacó un par de binoculares. Con ellos, miró el bosque a su alrededor. Las hojas estaban estáticas, paralizadas. Ningún gorrión, ningún movimiento. Se secó la frente y cambió de objetivo, aumentó el alcance y miró fuera de su propiedad, hacia la aldea distante.

¡Las calles estaban vacías!

Ningún peatón, ningún vehículo se desplazaba. Ningún movimiento a través de las ventanas.

Don se dijo que estaba muerto. ¡¡¡Estaba detenido en el tiempo, allí donde sólo estaba él, él solo!!!

Vegetto se lo había dejado todo. La salud, sus posesiones... Pero le había quitado el derecho de volver a mezclarse con cualquier ser vivo. ¡Don estaba solo, solo por toda la eternidad!

Colocando sus rodillas en el suelo, pensó que iba a llorar. Se quedó mirando los árboles de su bosque, que nunca habían estado tan quietos y silenciosos.

Y cuando pensaba que se iba a volver loco, oyó un ruido.

Un pequeño ruido que no provenía de él. El sonido de la porcelana tocando la porcelana, por detrás del lado de la casa.

Don corrió, corrió y giró para entrar en la terraza donde por lo general tomaba su desayuno, disfrutando de la vista al abrigo del viento.

Había alguien en la mesa. ¡Era Vegetto! Estaba escondido detrás de un periódico, pero Don lo reconoció de inmediato. Sólo, con una taza de té, que sostenía como un aristócrata con la punta de los dedos, sin preocuparse del Don, parecía tomar el desayuno en su casa leyendo su periódico. Las noticias de ayer marchaban en silencio en el papel electrónico.

Don no podía decir una palabra. No tenía el derecho, puesto que Vegetto no había mostrado ningún signo de que percibía su presencia. Pero aquel dios sabía que estaba allí. Lo había incluso seguido con su ojo mágico a distancia desde su despertar. Don lo sabía. Y el padrino volvió a caer de rodillas al suelo.

Vegetto tomó un sorbo de té y dejó la taza en el platillo, haciendo exactamente el mismo ruido que hacía un minuto. Don comprendió entonces que aquel primer sonido había sido hecho adrede. Vegetto entonces dobló su periódico, dejando descubrir su rostro, cuya mirada estaba ya fija en él, como si lo hubiera observado a través del papel. Sus ojos se hundieron con una precisión letal en los suyos.

Don sintió que las lágrimas corrían por su rostro mientras sostenía con dificultad la mirada del ser más terrible que encontraría nunca. ¿Cómo podía haberse atrevido un instante a desafiar a ese demonio?

¿Qué había sido de su mujer?

¿Qué había pasado con su hija?

En el momento en el que pensaba aquello, Vegetto hizo una sádica sonrisa mostrando unos dientes terribles, marcada por una "¡Je!" como si respondiera a sus pensamientos. Don cayó hacia atrás, aterrorizado.

Poco a poco la sonrisa de Vegetto se desvaneció, justo en el momento en el que Don terminó de orinarse en el pijama. Y le dijo:

“¿Qué darías para que pusiese a la gente y a las cosas como antes, Don?”

El padrino se estremeció de emoción y alegría junto con el miedo. ¡Podía devolverle a su familia! Pero el precio a pagar... No era el dinero lo que Vegetto quería, eso seguro.

“Yo no... Tengo más que mi vida para dar,” dijo.

“¿Tu vida? Pero si tu vida no vale absolutamente nada, mi pobre Don.”

Se estremeció aún más.

“Puedo matarte cuando quiera, donde quiera. No he hecho todo esto para tener tu vida, Don.”

¡Entonces había vaciado en efecto toda una aldea, y hecho desaparecer sin que fuesen capaces de reaccionar, a todos sus hombres, de los cuales los más rápidos eran capaces de superar la velocidad del sonido! ¡También había secuestraron a cada animal de su bosque y su establo, y detenido al viento por simple aplicación de su poder!

“Yo... He entendido... Vegetto... Sama... Nuestra organización nunca más volverá a atacar a su familia... Lo juro, por todas las generaciones por venir. Todo lo que sabemos acerca de usted, lo olvidaremos. Nunca...”

“Es un comienzo, dijo Vegetto. Has entendido la primera mitad. ¿La segunda?”

Don le dio un sobresalto. ¿La segunda mitad?

“¿Mi... Hija?”

Vegetto se rió a carcajadas.

“¡Pero si tu hija no vale nada, mi pobre Don! Ya tengo a tu hija. La puedo tener cuando quiera, donde quiera.”

Don tragó saliva ante la idea de que su hija estaba permanentemente y donde quiera que estuviese bajo el dominio del Saiyano, y que no podía hacer nada al respecto.

“La segunda mitad es por supuesto el desmantelamiento total de tu organización. De todos los planetas, de todas tus mafias, quiero un cese total del trabajo sucio. Quiero que se haga poco a poco, sin violencia, sin bandas rebeldes. Quiero que la plena reinserción de todos los impíos. Quiero el fin de la extorsión, las amenazas, el tráfico. ¡Tienes toda tu vida por delante, pero comienza ahora, Don! Prepara la gran obra de tu vida que será el final de toda esta mafia para mundos mejores. Y si los resultados no son constantes, entonces tú, tu familia, y todos los otros grandes hombres de la mafia, viviréis muchas vidas enteras en soledad.”

Don se estremeció y comprendió. Se volvió a poner derecho, aún de rodillas, y dijo claramente: "¡Sí!”

Y Don sintió un viento muy suave en su rostro. El que pasaba al lado de la terraza cuando soplaba la brisa del norte, el viento había vuelto.

Vegetto simplemente había liberado su poder telequinético que había mantenido en fijación las grandes masas de aire que querían llegar a cielos menos presurizados y más calientes. Entonces detuvo su aura negativa que se extendía por kilómetros, pero era tan delgada que Don no la podía percibir sino como una ligera molestia que no podía explicar. Todos los animales, desde las lombrices de tierra hasta el águila real, pasando por la cierva y el gorrión, se sintieron de nuevo en libertad, y reemergieron de sus nidos, sus huecos de los árboles y sus escondites. Los polluelos reanudaron su canto, y los cóndores volaron de inmediato para rehacer sus círculos en el cielo.

Don escuchó los ruidos habituales de los animales.

Vegetto se levantó terminando su tasa. Luego lo lanzó al aire y desapareció.

Sin que Don tuviese tiempo de ver que Vegetto tocaba con la punta del dedo a cada persona, vio a sus guardias, sus decenas de guardias, reaparecen en un tiempo muy corto. Y Vegetto reapareció, su tasa cayó entre sus dos dedos, que tomó y puso en el platillo.

Los esbirros no atacaron. También se echaron a tierra para honorar a su dios. Toda la casa se llenó de nuevo.

Don comprendió que su promesa estaba hecha ahora ante todo su ejército.

Incluso si hubiera tenido la estúpida idea de no mantenerla, todo el mundo sabía que ahora estaba bajo el mando de Vegetto, y que ellos también lo estaban. Se levantó y corrió a la casa por la puerta del patio. Subió las escaleras a toda velocidad y corrió por el pasillo. En el camino se cruzó con sus guardias aplastados en el suelo en dirección a la terraza, aunque ésta estaba fuera de su vista. Incluso el poderoso y arrogante de Krull de Askull estaba sometido. Y ninguno tenía la menor huella de un golpe. Giró al final del pasillo, estando a punto de caer. La puerta de seguridad se deslizó al reconocer su ADN, y entró de golpe. Los guerreros estaban en el suelo, y en la cama con baldaquín, su hija, sentada con los brazos alrededor de sus rodillas, estaba en perfecto estado de salud.

Don se lanzó sobre ella para abrazarla, mientras ella suspiraba de aburrimiento, molesta por la cargante demostración de afecto de su padre.

Cuando Don volvió al jardín, Vegetto se había ido, y no debía volver a verlo nunca. Se enteró de que cada uno de sus hombres había sido teletransportado tan rápido que no pudieron reaccionar, ni siquiera para darse cuenta que los demás lo habían sido también. Vegetto había desplazado a más de 200 hombres y caballos, en el mismo segundo, a diferentes lugares. En esos lugares, a continuación los había mantenido a cada uno bajo su poder, sólo por la fuerza de su aura, había estrellado contra el suelo a los hombres, que aceptaron entonces su derrota. Los que se habían resistido más fueron los más agotados, pero ninguno fue herido por su enfrentamiento, ya que ninguno logró ponerse en pie.

La aldea de enfrente entera se encontró de turismo en otra ciudad a cientos de kilómetros de distancia de allí. A excepción de un pastel quemado por olvido, un jefe final de Zelda XXIV que no fue derrotado debido a la falta de jugador, no hubo ningún daño. Hasta el viejo centenario mal del corazón, el hipocondríaco Alfred, no había notado nada.

El dios Vegetto había puesto a toda la mafia interestelar bajo sus órdenes en medio día. Aquel evento fue añadido a su leyenda.

Ilustración de :

Chibi Dam'Z       16

PoF       14

DB Multiverse
Página 2431
321Y
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